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El mundo en un pesebre

Fervor religioso, amor por el detalle y curiosidad por el mundo son los ingredientes que ha mezclado el franciscano Walter Verdezoto para construir 100 pesebres. El Museo Franciscano Fray Pedro Gocial de Quito los exhibirá por primera vez en la Muestra Internacional de Nacimientos.

En esa exposición se exhibirán las representaciones de varios lugares del mundo como Portugal, Francia, España, Italia y Ecuador. Y como el amor de Dios es universal, también presentará al Niño Jesús vestido con kimono en un ambiente japonés. El 30 por ciento de estos belenes corresponde a distintas zonas de Italia respetando sus peculiaridades. En la ciudad de Lecce se elaboran con papel.
En Nápoles son de alambre, cabuya, seda y las piezas son movibles. Mientras que en Roma, las figuras se fabrican con alambre, cabuya y ojos de cristal. Las cabezas, manos y pies se elaboran en arcilla.
En Italia, Verdezoto aprendió las técnicas de pintura y decorado con las que da el mayor realismo posible a sus obras.
Los artistas de El Vaticano Alberto Finizio y Patricio Torozani fueron sus maestros por tres años. A su regreso, Walter trajo una maleta llena de belenes, dejando casi toda su ropa en Roma.
Cada uno de sus pesebres es un mundo de fantasía. Los detalles muestran la labor de cirujano. En uno de sus nacimientos italiano se observa al gallo en un rincón del establo; en el siciliano, el fogón de leña parece que estuviera encendido y una pequeña canasta de huevos no pasa desapercibida. Y algunos tienen luces y movimientos mecánicos. El Belén ecuatoriano tiene figuras de indígenas hechas en arcilla.
También hay representaciones del mundo inca con las fortalezas de piedra. Las figuras religiosas están vestidas de igual forma que los soberanos del imperio incaico. Y no podían faltar las alpacas.
El nacimiento de los apaches, indígenas de Norteamérica, está bajo una  choza. Con las caras pintadas y su vestimenta de cuero, estas imágenes crean la escena de Belén en otra parte del mundo.

Mundos mágicos

“La gente crea su mundo en los nacimientos”, explica Verdezoto. Y lo supo desde su niñez: en su natal San José de Chimbo, provincia de Bolívar, veía con admiración como el párroco Jorge Alarcón, año a año, no repetía el diseño del nacimiento.
Desde los siete años convirtió este ritual en pasión. Hilos de colores y cajas de casetes fueron la utilería para su primer pesebre. Poco a poco añadía materiales, casi todos desechables: viruta, corchos, cajas de frutas y restos del cemento de las construcciones. De esta forma él recreaba su mundo imaginario. A los 17 años ingresó a la comunidad franciscana y continuó perfeccionando sus construcciones.
Durante su estadía en Israel por sus estudios clericales conoció Belén lo que lo motivó aún la idea de recrear el nacimiento de Jesús.
Todas las tardes del año las dedica a decorar los pesebres con las figuras que ha comprado o con preciados objetos de diferentes países. En su taller, ubicado dentro del convento de San Francisco en Quito, están los pesebres que les falta algún retoque. Mientras que en su habitación guarda celosamente los otros nacimientos.
A sus 37 años ha construido más de 40 nacimientos terminados con paisajes. Pero en total, tiene figuras para 100 pesebres que ha recopilado en sus viajes al exterior.
Lo característico de sus belenes es el lugar de origen de las figuras. Los tiene de casi todas las regiones del mundo menos de África y Oceanía. “Lo más difícil es conseguir las piezas”. Recuerda que en su viaje a Inglaterra sólo vio un pesebre, en ese país le fue imposible conseguir las figuras.

Costumbre franciscana

La tradición de los pesebres está presente en la congregación franciscana desde sus inicios con Francisco de Asís. En 1223, este santo recreó en el interior del castillo de Grecio, Italia, la escena de Belén con animales de carne y hueso.
Dos jóvenes personificaron a María y José. Y cuenta la leyenda que durante el ritual, el Niño Jesús cobró vida.
Con este suceso, la Iglesia autorizó que se esculpieran pequeñas esculturas de esa figura. Esto popularizó a los belenes en Italia y luego en España.
A partir de esa fecha se convirtió la Navidad en la fiesta de las fiestas. Para el santo italiano, el 24 y 25 de diciembre era el día en que los bueyes y mulas debían comer el doble. “El pesebre es sinceridad y fe. Simboliza el regreso a la simplicidad y el respeto a la naturaleza”. Esta celebración religiosa se convirtió en la antítesis del dolor y sufrimiento que se recordaba en Semana Santa.
Los nacimientos en América se consolidaron por la devoción que tenían las monjas clarisas o franciscanas. Un siglo después de la llegada de los españoles al continente ya se observaban las imágenes del Niño Jesús en la mayoría de conventos y oratorios coloniales.
La Novena se incluyó en el ritual de Navidad en el siglo XVI. Las nueve misas que se celebraban antes del 25 de diciembre se las llamaba Aguinaldos.
En el siglo XVIII, un sacerdote mercedario y luego un franciscano escribieron los rezos de Navidad. A esto se sumaron los villancicos y los dulces navideños. Los tamales, las hostias con maní, los bizcochos y los alfajores que preparaban las monjas se convirtieron en los manjares predilectos.

Artículo publicado en Revista Vistazo de diciembre de 2006. Por Darwin Borja.

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